Por Schafik Hándal / Tomado: Libro “Legado de un revolucionario. Del rescate de la historia a la construcción del futuro”.

En septiembre de 1989 en la reunión de México ya habíamos visto cual era la posición del Gobierno, aquello no caminaría; asistiríamos a la reunión de San José, Costa Rica, pero sin conseguir resultados concretos. En el FMLN nos habíamos puestos de acuerdo en preparar y lanzar la ofensiva en los primeros días de noviembre.
Todas las fuerzas que iban a converger hacia San Salvador estaban concentradas en Guazapa.

Otras estaban ubicadas en Usulután, Zacatecoluca y San Miguel. A esas ciudades se había introducido armamento y, sobre todo municiones. Nosotros veíamos que nuestro punto débil estaba en garantizar el abastecimiento durante el combate; por lo tanto, una parte importante del plan era trasladar con tiempo al interior de San Salvador y otras ciudades suficientes municiones y armas para quienes se insurreccionaron. Todos esos preparativos logísticos, organizativos y políticos ya se habían hecho; faltaba dar la orden y precisar la fecha.

El 31 de octubre de 1989 fijamos la fecha y dimos la orden de la ofensiva para el 11 de noviembre. El detonante fue el atentado contra los dirigentes y afiliados de la Federación Nacional Sindical de los Trabajadores Salvadoreños (FENASTRAS), en el cual mataron a una parte de su Dirección, incluyendo a la compañera Febe Elizabeth Velázquez. El Alto Mando de la FAES, vestido de gala, en cadena nacional dio una conferencia de prensa acusándonos del atentado y rechazando las propuestas del FMLN sobre la depuración del ejército y otras reformas a la Constitución. Eso reafirmo nuestra conclusión de demostrarles que no éramos débiles y lanzamos la ofensiva con el objetivo de derrocarlos.

Entramos a los barrios populares del norte de San Salvador: Ciudad Delgado, Soyapango, Mejicanos, hasta la colonia Zacamil. La idea original era que la gente se iba a insurreccionar; esto no sucedió, sin embargo, la población coopero y participo en actividades prácticas: levanto trincheras, ayudó a resolver el problema de la alimentación.
Vino el bombardeo de la Fuerza Aérea matando a mucha gente. A raíz de eso decidimos hacer una maniobra, sacar nuestra fuerza de los barrios pobres para no causar más víctimas inocentes y entrar en los barrios altos, tanto topográfica como socialmente. En San Salvador coinciden los dos conceptos, a nuestro juicio debíamos haberlo hecho desde el comienzo: allí vivía la gente acomodada, 200 o 300 ciudadanos de los Estados Unidos emparentados con los funcionarios de la Embajada y sus familiares, por lo tanto, la aviación tendría limitaciones.

Cuando nuestras fuerzas entraron a la Colonia Escalón por el lado del Hotel Sheraton recibieron disparos desde una de sus ventanas; decidieron meterse en el hotel para controlar a quienes estaban disparando, al Ejército Salvadoreño, a la Guardia Nacional o a alguna de sus estructuras. Eso no era parte del plan, pero fue la noticia principal de la ofensiva.

Nuestras fuerzas entraron al hotel y se lo tomaron. Quienes les habían disparado era una unidad de las tropas del Comando Sur del Pentágono de los Estados Unidos, Los Rambos, una División de Fuerza Especiales que estaba alojada en el hotel. Ellos entrenaban al Batallón Atlacatl en la Escuela Militar “Capitán General Gerardo Barrios”. Al darse cuenta de los que pasaba ellos se metieron en sus habitaciones y ya no salieron. ¡Quién sabe, que instrucciones les habían dado!

Tampoco sabíamos que en una de las salas estaba el Secretario de la OEA, Joao Baena Soares, que se encontraba en El Salvador en gestión relacionada con el conflicto; el también quedó inmovilizado en el Hotel. Esta noticia le dio vuelta al mundo.
El ejército salvadoreño cercó el Sheraton con blindados y fuerzas de tierra. Mientras tanto en Washington en una oficina que representa al FMLN, recibieron una llamada de Peter Romero, funcionario del Departamento de Estado, encargado de los asuntos de El Salvador; el pedía hacerle llegara a la Comandancia General un mensaje. Solicitaba nuestra cooperación para sacar del hotel a unos “turistas” norteamericanos que estaban allí de paso, además preguntaban si podíamos hacer algo por Joao Baena Soares.
La Comandancia General les contestó que se prepararan para sacar a esas personas de allí. Nosotros habíamos dado órdenes a nuestra gente de salir del hotel y seguir con el plan original; aprovechamos la situación para darle valor político a esa retirada. A los norteamericanos les dijimos: “¡Prepárense, de un momento a otro el problema se va a resolver!” Efectivamente, nuestras fuerzas desaparecieron en medio de aquel cerco sin que nadie supiera cómo. Es un secreto que seguimos guardando.

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