Por Leonel H. Rivas.

Una eternidad ha empezado su indetenible paso de los días y con ello, los años. ¿Cuánto puede durar el legado de un ser humano en el ideario colectivo? ¿Cuántas generaciones alzarán sus banderas y perfeccionarán sus ideas y la obra de su vida?

Nadie sabe, pero de una cosa se puede estar seguro, Fidel no será de los que se olviden fácilmente. Sus proezas y pensamiento no son frecuentes entre los seres humanos.

A sus 90 años, Fidel era parte de una generación cada vez más escasa en Latinoamérica; de su talla, de los últimos grandes baluartes de la lucha antimperialista del Siglo XX. Las generaciones que nos antecedieron le conocieron en circunstancias muy distintas a las actuales, aprendieron de Fidel y lo emularon en sus acciones y pensamiento, su formidable capacidad de conducir y dirigir, cautivaron a las masas.

La amplia mayoría de la generación de mi edad lo ha conocido a través de la lectura de sus propias Reflexiones sobre los principales problemas de la humanidad actual, y una amplia bibliografía que sobre él y Cuba se ha escrito, las imágenes en el internet, las letras del canto popular, los discursos en YouTube, el cine alternativo o escuchando a personas mayores hablar de Cuba y de Fidel. Muchos, en sus años de estudio en Cuba.

En ese sentido, estas generaciones, hemos tenido el honor de coincidir en igual época y en ideales, así hemos podido apreciar en toda su dimensión de gigante, quien a partido, quien fue Fidel, porqué y cómo hizo lo que hizo.

Las generaciones que han nacido o nacerán posterior a las 10:29 de la noche del 25 de noviembre de 2016, conocerán a Fidel por lo que ya es, un referente de lectura obligada para los hombres y mujeres del mundo que luchan por construir una sociedad mejor, viable y próspera.

Como él mismo lo señaló en su discurso de clausura del 7mo. Congreso del Partido Comunista de Cuba, el 19 de abril de 2016: “Pronto seré ya como todos los demás. A todos nos llegará nuestro turno, pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos como prueba de qué en este planeta, si se trabaja con fervor y dignidad, se pueden producir los bienes materiales y culturales que los seres humanos necesitan, y debemos luchar sin tregua para obtenerlos. A nuestros hermanos de América Latina y del mundo debemos trasmitirles que el pueblo cubano vencerá”, sentenció.

Como escribí en “Carta a Fidel” el año pasado, lo mataron tantas veces que se perdió la cuenta y cuando en verdad ocurrió, a todos nos tomó por sorpresa, perplejos e incrédulos, el hecho consumado hizo hablar a propios y ajenos, pues la noticia que comunicó al mundo el General de Ejércitos, Raúl Castro Ruz era planetaria y dolorosa.

La muerte para quien ha cumplido la obra de su vida de sobremanera, resuella como el jinete que vuelve de la guerra con su caballo cansado, luego de tantas batallas libradas y victorias logradas; que más se le puede pedir a la vida que regresar para descansar.

Fiel a la ética martiana que "toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz", Fidel reposa con su última voluntad y enseñanza, no erigir monumentos en su nombre.

Fidel, lo había dicho antes, el 26 de julio de 1979, que “no son los hombres los que pueden erigirse a sí mismos un monumento para la posteridad, sino los pueblos y los hechos objetivos los que asignan a cada cual un papel en la historia”.

Honrar su memoria es el menor gesto que podemos hacer en su nombre. Que los más jóvenes reconozcan en él, un modelo de hombre, de acción y de principios nobles.

Mientras vida tengamos, y como él mismo lo señaló: “Todos somos -o hemos de ser- al fin y al cabo, soldados de la Revolución” mundial, y para lograrlo, tenemos que ser consecuentes y luchar permanentemente.

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