Por Deisy Rivas | Abriendo Brecha.

En la comunidad Santa Marta, Cabañas, las agujas del reloj señalaban las 02:30 de la madrugada del domingo 13 de enero de 2019. A esa hora los hombres y mujeres, de todas las edades, se empezaban a encontrar en la plaza comunitaria. El frío traspasaba los gruesos suéteres obligándoles a entrelazar sus brazos mientras esperaban, pacientemente, el abordaje del bus que les llevaría a Mesa Grande, departamento de Ocotepeque en Honduras.

Mesa grande representa un sitio para rememorar los tiempos de refugio causados por los operativos militares en el conflicto armado; un espacio de conexión, para muchas y muchos, entre la tripita umbilical y sus fuertes raíces con Santa Marta o el resto de comunidades hermanas. Para las personas adultas mayores significa un espacio de convivencia, el mayor acercamiento a la educación popular y el fortalecimiento de la organización comunitaria.

Mesa Grande guarda muchos recuerdos que es inevitable no florezcan en cuanto las personas pisan esas tierras que les vio llegar sin nada, con el rostro angustiado tras dejar a familiares desaparecidos o muertos por la dolorosa guinda del 15 de marzo de 1981. Esas tierras que mostraron la enorme solidaridad de los pueblos de Honduras y el resto del mundo, tierras que dejarían de a poco a poco, pero de manera definitiva, entre 1987 y 1992.

Esta vez se concentraron en Mesa Grande más de 600 personas provenientes de Huisisilapa (La Libertad); Zacamil y El Papaturro (Cuscatlan) y Santa Marta en Cabañas. Todas comparten una historia colectiva, memorias en común; por ello la actividad permite el encuentro con su pasado vivo en compañía.

Daba una gran tristeza cuando se veía a la gente desarmando sus champas”; Comenta Luis Alonso Cabrera retrocediendo sus memorias hasta la edad de los cinco años. “Uno de los recuerdos más vivos que tengo es una noche cuando vi a muchas familias saliendo de los campamentos retornando a El Salvador, la columna me pareció era enorme, sólo se veían las luces en forma de Zig zag subiendo un cerro. En mi ingenuidad de niño lo veía hasta mágico, parecía que iban para el cielo… Desde entonces yo dije que quería regresar a El Salvador, a ese lugar desconocido del que hablaba e iba tanta gente, ese lugar que me causaba tanta curiosidad”.

Alonso Cabrera regresó con su familia a la comunidad Santa Marta en el tercer retorno ocurrido un 29 de octubre de 1989. Ahora es Contador y trabaja en una asociación, surgida en Santa Marta, que acompaña a una veintena de comunidades de Cabañas, Cuscatlán y San Vicente.

Cuando se habla de los refugios de Mesa Grande se desprenden emociones encontradas. Quienes vivieron esta etapa y albergan algunos recuerdos exteriorizan la tristeza, la alegría de volver a ese lugar donde compartieron con tanta gente, la añoranza de esa infancia y juventud sana e ingenua, con muchas responsabilidades, y a la vez, llena de travesuras.

En este lugar, apunta con el dedo Ramón Alfaro Veliz, estaba una poza situada entre los límites de los campamentos y las zonas asediadas por el ejército; nosotros nos organizábamos en un grupo de 10 vichos (muchachos) para bajar hasta allí a bañarnos. Mientras dos se quedaban vigilando los otros nos bañábamos, y al terminar, intercambiábamos los roles. Teníamos una estrategia de seguridad: cuando los vigilantes percibían algún peligro tiraban una piedra a la poza y todos salíamos corriendo hasta la zona más segura de los campamentos”.

Ramón Alfaro Velis aprendió a leer en la virtud, el segundo espacio donde los más de 7 mil refugiados se asentaron. A los 14 años se inicia como maestro popular al tener a su cargo la alfabetización de un grupo de adultas y adultos en Mesa Grande. Desde entonces ha sido testigo y actor principal de la educación y preparación de miles de niñas, niños, adultas y adultos, constituyéndose en un maestro inolvidable para todas las promociones de bachilleres que la comunidad Santa Marta ha parido.

El viaje a Mesa grande permite el recorrido por los ex campamentos de refugiados, compartir el pan con amigas, amigos y comunidades hermanas, pone en común los recuerdos y experiencias, pero sobre todo nos deja conmemorar y celebrar que aún estamos vivas y vivos, con la disposición de seguir trabajando por la paz, la justicia, la libertad y rebeldía.

 

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