Foto: Vilma Laínez.

 Las mujeres no pueden vivir atadas a las tareas del hogar, ellas también tienen derecho a jubilarse o a renunciar cuando lo deseen.

Por Deisy Rivera | Opinión

Las mujeres rurales, sobre todo las campesinas, nunca tendrán la oportunidad de acceder a los beneficios que el trabajo puede dar. Seguro médico, pensiones, días de vacaciones, autonomía económica, entre otros. Y eso no ocurre porque ellas sean unas holgazanas, si no, porque el trabajo que ellas han desarrollado y siguen desarrollando, desde su niñez, es desvalorizado y pasa desapercibido. Y lo peor de todo, es que, aunque sea una condición injusta, nunca podrán jubilarse.

Con un nivel académico básico que la mayoría de mujeres tienen en las zonas rurales de El Salvador (según cifras de la Dirección Nacional de Estadísticas y Censos de El Salvador, DIGESTYC, la mayoría ha cursado hasta sexto grado) las opciones de desarrollo económico que ellas tienen son muy limitadas. Todas relacionadas a las actividades de servicio o de cuido de la familia propia y/o ajena.

Si se parte de que el trabajo es más que un empleo; podría entenderse como toda actividad que conlleva un esfuerzo por satisfacer necesidades (sea pagada o no).

Por un lado, está en el imaginario colectivo que las mujeres rurales y campesinas están destinadas a servir de auxiliar al hombre (esposo o hijo) en todas las tareas que desarrolla en el ciclo agrícola. Son las encargadas de alimentarlos, de lavar y remendar su ropa, de cuidarles cuando están enfermos, de asumir todas las tareas del hogar para que cuando ellos lleguen no se preocupen por más que descansar y compartir con sus amigos.

Cuando la mujer es percibida como un complemento del hombre se reafirma que lo que se genere, producto también de su trabajo, no le pertenece a ella. En el caso de las mujeres campesinas: La cosecha. Muchas de ellas tienen que pedir autorización de los hombres para vender maíz o frijoles y obtener un poco de dinero, que también servirá para la compra de comida que lo alimentará a él y al resto de la familia. Este ejemplo, que es más común de lo que se cree, visibiliza la poca autonomía económica que las mujeres tienen, y también deja claro que el trabajo que ellas aportan no es visible y no es cuantificable.

Por otro lado, están las mujeres que buscan trabajo fuera de casa para obtener un poco de dinero con ello, pero las condiciones y pocas oportunidades que ellas han tenido vuelve sus opciones escasas. La mayoría logra encontrar un empleo de cocinera en comedores, costurando, bordando, cuidando niñas y niños de otras familias, limpiando casas y lavando ajeno. Las mismas actividades que ellas desarrollan en sus casas y que a donde sea que vayan serán mal pagadas, sin prestaciones laborales ni derecho a vacaciones.

Si bien es cierto que hay mujeres que han salido de trabajar en lo privado (casa) a trabajar en lo público, para que ellas hagan sus tareas con toda tranquilidad hay una mujer rural que está cuidando a sus hijos e hijas y limpiando su casa.  ¿Eso está mal? No. Lo malo no radica en el trabajo, porque cada esfuerzo es digno y honorable. Lo malo es, que la cadena de explotación se reproduce y que son mujeres, que pese al gran trabajo que realizan, nunca su esfuerzo le generará los beneficios laborales que cualquier otro trabajo “formal” le podría dar.  

El reconocimiento del trabajo que estas mujeres realizan es el primer paso para que sus condiciones puedan ir cambiando. Asumir que las tareas del hogar y el cuido familiar no son únicamente su responsabilidad; que el dinero que desde lo familiar se aporte también le pertenece a ella; que el Estado reconozca la diversidad de trabajos de cuidado ocultos en una categoría tan simple como “amas de casa”; que la sociedad entienda que las mujeres no están destinadas al trabajo del hogar; que la organización familiar deber ser otra, una donde las mujeres tengan la posibilidad de hacer la cosas que deseen y que su esfuerzo también tengan prestaciones.

 Las mujeres no pueden vivir atadas a las tareas del hogar, ellas también tienen derecho a jubilarse o a renunciar cuando lo deseen.

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