Por Leonel H. Rivas | Abriendo Brecha

Este 18 de junio en pleno temporal y partiendo lodo con sus pies, pobladores de la comunidad Santa Marta recorrieron las veredas camino al Picacho, en una caminata que inició a las 7:30 de la mañana en la Plaza Central hasta Los Planes, una zona ahora despoblada, para rendir homenaje a los mártires que hace 37 años asesinó el ejército tras un fuerte operativo militar el 19 de junio de 1980.

El cantón Santa Marta y Peña Blanca fueron desbastados por varios operativos militares de 1979 a 1981, en los que se cometieron todo tipo de abusos y asesinatos, los cuales siguen en total impunidad. El operativo de junio del 80 dejó una lista de muertos de más de 25 campesinos y campesinas en la zona de Los Planes, El Picacho y La Pinte.

En el recorrido llevaban pancartas con reivindicaciones como “una paz sin justicia no es paz” y una manta con un mensaje contundente “¡¡¡VIVEN!! EN NUESTRA MEMORIA Y NUESTRAS LUCHAS, MÁRTIRES DE LOS PLANES, EL PICACHO Y LA PINTE”. Se corearon consignas y vivas, cantos de contenido social sonaban en un megáfono reproducidas desde un aparatito.

El Obispo Luis Alberto Quintanilla en su homilía exhortó a mantener vivo el legado de los mártires, porque “cuando se atenta contra la vida de una persona, se está atentando contra toda la comunidad, contra toda la humanidad. Por eso es importante que nosotros, ahora nos congreguemos aquí, en este lugar y seamos sensibles ante esta memoria de nuestro pueblo”, reflexionó.

Rosa Laínez, una mujer campesina con un importante historial de liderazgo y trabajo comunitario, llevaba consigo una fotografía con el cuidado que no se fuera a mojar o a quebrar, la cual colocó en el altar, un tapesco desde donde se celebró la eucaristía. Finalizada la misa, Laínez tomó el megáfono y comenta: esta mañana “sentí la necesidad de traer la foto, porque como familia es lo único que conservamos de él”. Es el retrato de su hermano Nicolás Laínez, quien fue “desaparecido en Ciudad Victoria el día 11 de junio de 1980, cuando él iba hacer una misión a la Universidad, la UCA”, atestigua.

Rosita, como le llaman en Santa Marta, recuerda que “el 19 de junio como a las 9:00 de la mañana veníamos para acá, para este lugar de Los Planes, porque yo nací y crecí en el caserío de Acalla yendo camino al Bosque. El día que inició la invasión, el 19, mi mamá me dice ‘vamos para los planes’; porque la señora donde murieron 5 mujeres era la madrina de dos hijos de mi mamá; porque ahí íbamos a pasar el día”. En el camino encontraron al señor Napoleón Cruz, quien “le dice a mi mamá, Barbarita regrésense mejor, primero dios y la virgen santísima que si las hallan en la casa no les van hacer nada. Y entonces nosotras nos regresamos de nuevo y nos encerramos. Y solo se escuchaba que las gallinas se ponían a cantar como cuando está oscureciendo y ellas se están acostando. Y la avispita y el bombardeo era indiscriminado, porque en esa invasión, invadieron todo lo que es Santa Marta, incluyendo La Pinte, Peña Blanca, San Jerónimo, San Felipe, todos esos lugares se escuchaba un solo tiroteo”, relata Laínez.

“Si nosotras no hubiéramos encontrado o ese señor nos hubiera alcanzado, nos hubieran matado ahí mismo, porque veníamos justamente para esa casa donde asesinaron esas cinco mujeres”, asegura.

Las mujeres a quienes se refiere Laínez son Josefa Hernández, Juana Urbina, Cayetana Hernández, Juana Hernández, Catalina Hernández, sepultadas en una fosa común en Los Planes, cuyos restos fueron exhumados por sus familiares el 9 de marzo de 2004 y trasladados al cementerio de Santa Marta donde son enflorados cada año.

María Hilda Recinos, en ese entonces una niña de 10 años, ahora profesora en el Complejo Educativo 10 de octubre 1987 de Santa Marta, hija de don Luis Recinos a quien el ejército salvadoreño asesinó cruelmente ese 19 de junio en El Picacho, relató en su testimonio el año pasado, el cual fue escrito con su puño y letra, pero fue leído por otra persona, porque siente que no puede relatar en público lo sucedido con su padre, aunque ella siempre está presente en la conmemoración y él en sus recuerdos.

“Mi papá trataba de hacernos olvidar los malos recuerdos que pasábamos día a día, poniéndonos a trabajar junto a él, arreglando la madera en el torno, después que pasaban las balaceras o jugando a escondernos, de esa manera se pasaban los días y nosotros no sentíamos miedo, pues sus bromas, juegos y cuentos eran lo suficiente para nosotras que éramos niños inocentes sobre los problemas que se nos avecinaban, hasta que pasó ese día, el cual aún lo siento como si fuese ayer, el dolor que se siente, cuando te quitan algo tan apreciado y sin ninguna razón, simplemente por ser pobre o de Santa Marta”.

Hilda recuerda que el día siguiente salieron a buscarlo “donde lo habían enterrado, como todavía se escuchaban balas, medio lo enterraron y llegamos al lugar y lo encontramos semienterrado, entonces lo revisamos y tenía clavos metidos en su cuello, un balazo en su estómago y unos machetazos en sus pies”, pero sus restos se perdieron hasta la fecha.

Ese mismo día en el caserío La Pinte, Digna Recinos, una niña de 11 años en ese entonces presenció la forma inhumana en la que el ejército asesinó a sus dos hermanas mayores Angelita Recinos y Adelaida Recinos a las 3 de la tarde. Ese mismo día los militares también asesinaron a su primo Jesús Recinos de 25 años, quien había salido a buscar leña y lo encontraron cuando regresaba.

A su hermana Angelita le cortaron un brazo de un disparo mientras “sacaba la masa para echar tortillas al comal”, luego la “terminaron” de matar. A su hermana Adelaida de 8 meses de embarazo, le dispararon en el “pecho” y con un largo “cuchillo la rajaron de la barriga y le sacaron el niño, pusieron el cuchillo para arriba, lo aventaron y calló ensartado el niño en el cuchillo”, relata entre lágrimas,

A las 7 de la mañana del día siguiente el ejército volvió y asesinó a su tía Teresa Alvarenga a quien colgaron en una biga de su casa y la torturaron “pelando sus dedos” antes de asesinarla con un disparo en su espalda; por ayudar a su mamá a entrar a sus hijas para que los animales no se comieran sus restos durante la noche.

Digna relata que un soldado salvó sus vidas ese día: la de su madre, hermanos y los dos niños de su hermana, pues se presentó justo en el momento que les iban a fusilar.

Doña Rosa Angélica Martínez, una señora de avanzada edad, ha asistido a casi todas las conmemoraciones como testigo de aquella atrocidad, pues perdió a su hijo Nicolás Martínez y su hermano Porfirio Martínez, cuyos restos yacen junto a otras 6 personas en una fosa común en la zona de El Planón, en la zona baja del Picacho.

Los relatos se cuentan por montón de las atrocidades cometidas por el ejército en Santa Marta y hasta la fecha en ninguno de estos casos se ha impartido justicia ni esclarecido.

Con la derogación de la Ley de Amnistía el año pasado se abre la oportunidad para que las víctimas sean escuchadas y se deduzcan responsabilidades por los horrendos crímenes cometidos por las fuerzas del Estado salvadoreño.

Es necesario que el Estado salvadoreño reconozca las grabes violaciones a los Derechos Humanos cometidas y se realicen verdaderos esfuerzos para resarcir los daños ocasionados, porque, aunque el pueblo no clama venganza, exige verdad y justicia.

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