Por Vilma Patricia Laínez

El obispo de la Iglesia Luterana, Medardo Gómez, está convencido que valió la pena haber apoyado a las comunidades refugiadas a regresar a sus lugares de origen. Cita como ejemplo a la comunidad Santa Marta que a 30 años de su primer retorno ha mostrado los alcances en materia de educación y salud.

Santa Marta dice el obispo Gómez es una comunidad modelo donde los refugiados o retornados han sido capaces de superarse debido a su unidad y organización.

El obispo Gómez tenía 40 años de edad en aquellos días de octubre de 1987 cuando los habitantes de Santa Marta decidieron regresar a sus tierras de origen.

La guerra civil que afectó a El Salvador en los años 80 obligó alrededor de un millón de salvadoreños, es decir, a uno de cada cinco habitantes de este país, a abandonar el territorio para preservar sus vidas ya sea como desplazado o refugiado en otros países como Honduras.

En este contexto las iglesias: católica, luterana, menonitas, entre otras, jugaron un papel fundamental en el acompañamiento a las familias, en su mayoría campesinas, que huyeron bajo bombas y balas.

En esta entrevista el obispo Medardo González habla de esa experiencia que le saca las lágrimas al recordar la tenacidad de los campesinos para sobreponerse a una de las peores crisis que enfrentaba el país: los refugiados de la guerra.

¿Cómo fue esa experiencia?

Por iniciativa de la iglesia católica se formó lo que se llamó el Comité Permanente del Debate Nacional por la Paz. Lo único es que la iglesia católica le dio más importancia en formar el movimiento y después la iglesia histórica, entre ellas, la iglesia luterana, fue la que siguió en la práctica con el pueblo. Esto nos produjo problemas de persecución, hasta multas del Tribunal Supremo Electoral. Fuimos acusados y señalados de meternos en política. Nos decían que la iglesia no se debería meterse en política.

¿Usted fue a los campamentos de refugiados?

Sí fui. Les íbamos a visitar. Adonde fuimos más fue a Mesa Grande.

¿Qué recuerda exactamente de esos momentos?

La comunidad fue impactante. Nosotros en la iglesia crecimos más en la fe al ver la reacción de ese pueblo que se agarraba de Dios para hacerle frente a su situación, porque juntos el ejército de El Salvador y de Honduras reprimían mucho a la población. Parecían esclavos ahí en una concentración, ahí en un refugio. Parecían una concentración adonde había una vigilancia exagerada del ejército de Honduras.

Usted compartía con la gente, me imagino…

Siempre, siempre. Ahí teníamos acción religiosa, pero al mismo tiempo teníamos reuniones con ellos, especialmente las directivas y así comenzamos a planear su retorno…

Ahí estuvimos planificando el retorno, ayudados por las organizaciones internacionales de iglesias y de Estados Unidos. En Estados Unidos había una organización importante que nos acompañó. Nos arriesgábamos porque no era fácil.

Eso creaba mal comprensión de las autoridades. Nos consideraban a nosotros apoyo de las guerrillas y hasta nos llamaban comunistas.

La organización Share Foundation hizo una campaña que se llamó ‘’go home’’ (vamos a casa). Ellos hicieron mucha incidencia con iglesias, con organismos internacionales y nosotros ahí ecuménicamente desarrollamos la acción, el acompañamiento. De la iglesia católica quien nos acompañó y estuvo con nosotros, orando, trabajando, desvelándose y caminando con la gente fue monseñor Urioste (Ricardo Urioste).

Cuénteme, ¿cómo fue ese momento del retorno?

Lo planificamos con la gente. Nunca fue el plan de la iglesia. Les acompañamos y ellos hicieron todo el plan.

Hicimos dos. El primero fue el más grande.

Recuerdo que en la frontera (El Poy) el ejército no nos quería dejar entrar. Nos encañonó y claro, nosotros éramos los que estábamos ahí al frente.

Recuerdo buenas señales de esperanza en esos momentos cuando estábamos tratando de pasar y no nos dejaba pasar el ejército. Pedimos dialogar con las autoridades y entonces llegó el presidente Duarte. Se abrió un diálogo para que pudieran dejar que se ingresara al país. También ahí nos preparamos para que de tal manera fueran los líderes de los refugiados mismos los que dialogaran y nosotros estar más acompañando.

Tuvo éxito eso en el diálogo porque al final se dejó entrar y lo lindo de ese momento, cuando ya dijeron: sí podemos entrar. En ese momento se oye el llanto de un niño que acababa de nacer ahí en la frontera.

Eso fue en el primero o tercer retorno, le interrumpo…

Fue en el más grande. Yo fui a dos, pero me recuerdo del más grande, donde andábamos con el padre anglicano, Luis Serrano.

Ya en el camino sucedió que se descomponía algún carro o había algún problema y se detenía toda la caravana. Yo incluso decía, por qué nos detenemos en el sol con todo este inconveniente. Mejor deberíamos de seguir, pero no, los líderes decían nadie se va si no nos vamos todos unidos. Eso me enseñó mucho de la unidad.

Otro detalle muy interesante fue, que hubo un momento que los líderes, qué debido a tanto estrés, a tanto problema a veces era difícil llegar a entendimiento con ellos. Muy difícil ponernos de acuerdo con ellos, comprendernos. Yo llegué a preguntarme, y al fin, de qué lado estoy y a quién estoy acompañando. ¿Estoy acompañando a los refugiados y si los estoy acompañando, debo tener toda la paciencia? Esa fue una reflexión porque no es fácil acompañar a gente que esté nerviosa. Tiene mucho estrés y manifiesta valor para vencer sus temores.

Así logramos pasar. Yo miraba signos del acompañamiento de Dios. Hubo momentos que no soportaba el intenso sol, pero de repente apareció una nube: la nube que en realidad cambió y dio soporte para que hubiera resistencia.

Tuvimos que pasar en un lugar donde hubiera agua y se bajó a la posa a que bañaran y después a seguir.

Al llegar fueron distribuidos a los diferentes lugares a donde iban. Yo acompañé a los que se quedaron ahí en Chalatenango, que se llamaba cantón Los Ayalas. Después, unas líderes por el agradecimiento del acompañamiento, delante de las Minas le pusieron el nombre a esa comunidad, Medardo Gómez.

Fue una experiencia maravillosa donde nos hicimos más iglesia profética. Nos fortalecimos en la fe. Aprendimos mucho y fue un tiempo de admiración, donde el pueblo de Dios caminaba, pero no desesperado, sino consolado y sintiéndose que iban con la protección de Dios desde su salida y entrada.

¿Usted estaba convencido que era importante que la gente regresara a El Salvador?

Sí, como dije antes, allá (campamentos de refugiados) vivían como esclavos. Había una desesperación y también ellos ya eran un pueblo politizado, con conciencia política, que al venir se incorporarían por supuesto a la lucha. No me imagino a la lucha armada pero sí a la lucha política social porque fue entonces cuando se armaron las grandes manifestaciones y las iglesias seguimos acompañando a esas poblaciones.

El ejército también los cercó. Era difícil hacerles llegar socorro, ayuda. Teníamos problemas, pero todo eso era acción de Dios porque a pesar de todos los temores y represión nosotros siempre llegamos.

¿Por qué era importante que la gente regresara? ¿Había guerra en El Salvador?

Uno, la gente, todos se siente mejor estando en su lugar de origen donde son. Aunque la casa se esté cayendo lo mejor es estar en su lugar.

Dos, porque también ellos venían para participar en la liberación de su pueblo. Ya tenían una conciencia política. El tiempo en el exilio les ayudó para planear, para capacitarse, para educarse. Los líderes se preocuparon para que esto así fuera.

Ahí en Mesa Grande yo me quedé sorprendido. Ahí tomados del amor de Dios. Ahí había una vida devocional y sincera. Ahora seguramente las cosas han cambiado, se han apartado de Dios. En momentos que estaban en crisis, en gran conflicto, en gran necesidad clamaban mucho a Dios. Ellos fueron los que hicieron el himno que dice: Yo creo en Dios, yo creo en el amor y en nuestra iglesia. Yo sé que todo cambiará en nuestra tierra, la nueva luz que Cristo nos dará es mi patria nueva…

Imagínese que nivel de pensamiento. Eso lo hicieron refugiados, gente sencilla, sin preparación teológica, pero sintiendo a Dios en su corazón.

Vale la pena hacer memoria de ese tiempo hermoso. Ojalá que las comunidades les traspasen, les den la instrucción, les hereden a las nuevas generaciones de cómo fue su historia.

¿Usted ha tenido contacto con esas comunidades repobladas?

Muy poco, pero la tienen los pastores. Viajo cuando son los aniversarios, especialmente estos de Chalante.

Allá en Santa Marta sí estamos confiados que hay desarrollo humano. Visité, creo que estuve hace como cinco años ahí. Quedé muy satisfecho, muy admirado de una organización tremenda que tienen los hermanos ahí. Muy buena, un buen liderazgo. Incluso han logrado que los maestros que tienen de sus mismos niños, muchachos que fueron refugiados también, y hasta los médicos que tienen sean propios de la misma comunidad. Me contaban que ahí habían llegado mil en aquel tiempo y que ahora son como 5 mil.

Ahí la Universidad Luterana tiene una extensión, cerca donde ellos.

De hecho, muchos vienen a estudiar a la luterana aquí a San Salvador, le interrumpo…

El sueño cuando se creó esa universidad es que sea una universidad para los pobres, para los pobres. Y es para mí una alegría que ese sueño se esté cumpliendo.

A 30 años de regreso a Casa como se les denomina a estas fiestas ¿qué mensaje le enviaría usted a Santa Marta?

Para mí Santa Marta es un ejemplo porque también conozco de otras comunidades que rompieron la unidad y la organización. Así pude verlo cuando he llegado y he preguntado allá en Morazán y no, todo eso prácticamente se deshizo. Hasta había una OGN ahí fuerte. Recuerdo que había un buen ejemplo de mujeres capacitadas, pero todo eso desapareció. Cayeron en la tentación también de nuestra gente, la mayoría de los pobres que llega un momento que no encuentran razón de estar aquí y emigran, se van. Pero en Santa Marta admiré, que bueno. Están capaces de ayudar. En esos días que fui con ellos dieron una buena ofrenda para una actividad que teníamos como iglesia. Hasta eso son capaces de poder compartir las bendiciones que tienen. Conviví con ellos y fue lo que pude ver, maravilloso.

Así que yo puedo aconsejarles que ya que han llegado esa práctica sigan adelante. No se han equivocado.

Yo creo que, espero no equivocarme, que Santa Marta sería la comunidad adonde se puede ahora a los 30 años tomar como modelo, como ejemplo de que los refugiados, los retornados han sido capaces de superación.

Santa Marta tengo una deuda con ustedes, de volver a visitarles. Espero me vuelvan a invitarme.

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