Villancicos, compras, arreglos lujosos, chocolates, adornos, brillantina por todos lados…

Y en contraste un pueblo desnudo, hambriento, bombardeado, ensangrentado… allí a pocos kilómetros de esa ciudad donde arranca el año cero de la historia. Si, allí en Belén, la historia lo marca como ese pueblecito que acogió en pañales a Jesús, pero que, irónicamente, ahora es uno de los lugares más conflictivos sobre la faz de la Tierra.

Ese punto geográfico del mundo existió para ser punto de unión entre Dios y los hombres, de la eternidad y la historia; pero al mundo entero se le ha olvidado que aun “existe” y que sus habitantes sufren. El mundo entero canta villancicos estos días, pero les recuerdo que la entrada que tuvieron María y José a Belén no es la misma que se tiene ahora: hay que esperar junto a un muro para poder entrar a la ciudad… esperar segundos, minutos, horas atrás de una impresionante muralla de concreto, de diez metros de altura, coronada por alambre de púas, mientras soldados israelíes (armados hasta los dientes) registran documentos, carros y toda persona que pasa, así sea para llevar pan a la casa; por lo que quizá habría que actualizar aquel villancico de “El Camino que lleva a Belén“.

A unos pocos residentes de Belén se les permite salir, y a estos que se les permite salir: es para ir a trabajar – buscan empleo en el Estado israelí – están de pie dentro de una larga jaula de metal, como pasadizo para ganado, en espera de que se les registre, se les empuje, se les tomen huellas y se les pase por el detector de metales. A algunos les piden desnudarse. El trámite puede durar horas. Todo esto para ir a trabajar en la construcción de casas de sus enemigos, en terrenos que solían ser suyos.

La ciudad de Belén está siendo comprimida en un cajón de 18 kilómetros cuadrados, rodeada por una serpiente gris que estrecha metódicamente la ciudad: ese muro que duplica el alto del “muro de Berlín”; y que además está más rodeada de vigilancias, soldados, tanques y “check-points” que por campanarios, por lo que quizá habría que actualizar también aquel villancico de “Campanas de Belén”.

Y, por si fuera poco, no todos son valles donde corren los pastores presurosos: dentro del muro, a lo largo de los límites de Belén, hay tres “campos de refugiados” palestinos, y a lo lejos, dominando los montes y las colinas de los alrededores se encuentran las “colonias israelíes” que se expanden descontroladamente, como plaga… por lo que quizá habría que actualizar también el cántico de “los pastores a Belén”.

Pero en medio de todo ese desastre creado por la ocupación israelí en ese pueblecillo elegido por Dios para enviar a su hijo único, tenemos un pedacito de paz: en medio de la ciudad, en la plaza central encontramos la Iglesia más antigua del mundo, que a simple vista parece más bien una fortaleza de piedra con paredes gruesas y hostiles y una fachada sin adornos (quizá por eso ha sobrevivido 18 siglos y tantísimas invasiones).

La entrada a esa Iglesia es un agujero minúsculo, porque así de humilde es lo que ocurrió adentro… y ya bajo el Altar, al final de unas desgastadas gradas hay una pequeña cueva con olor a incienso y a cera derretida.

Aquí, en el blanco de este sagrado lugar, rodeada de asentamientos y campos de refugiados, encerrada tras un muro, aprisionada bajo el piso de una iglesia antigua, en un espacio recubierto de mármol, se ubica una estrella de plata… allí…allí nació Jesús

El aire de esta gruta, es fresco y a la vez cálido por su olor a historia. Los conflictos aquí son un microcosmos de los acontecimientos mundiales. Por lo tanto, lo que sucede aquí refleja lo que amenaza la paz mundial.

Es cierto que durante 2023 años el mundo ha visto miles de injusticias que no dejan que exista verdadera paz mundial.

Pero teniendo tantas instituciones que ahora abogan por la paz y la justicia: ver el genocidio de Gaza tan mercenario y sádico desde octubre hasta hoy; y que encima sea “transmitido en vivo y en directo” por todos los rincones del mundo “gracias a las redes sociales”… no sé cómo el mundo puede cantar villancicos y no tener empatía.

Claro, celebremos Navidad como si nada ha pasado. ¡Que hipócrita el mundo!

Gaza, donde Jesús junto a José y María “cruzaron” para huir de Herodes, un Herodes que sigue vivo y asesinando niños.

Sin pretenderlo y sin saberlo, los palestinos en Gaza completan en su carne lo que inició con la pasión de Cristo, ocurrida a pocos kilómetros miles de años atrás… en el Gólgota.

Si la Navidad es la fiesta de la “humanización de Dios”, sin duda, a 2023 de ese acontecimiento: la humanización no se ha completado todavía. Primero debemos ser “humanos” para poder ser “verdaderos cristianos”… nos falta mucho recorrido.

(Por Randa Hasfura Anastas. Resumen de Medio Oriente, 19 de diciembre de 2023.)

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