Tomado del libro DONDE ANIDA EL TOROGOZ, sistematización de la experiencia organizativa de Santa Marta.

Fueron varias las circunstancias que motivaron el llamado “regreso a casa” que con tanta pasión celebran cada año santamarteñas y santamarteños, todas sustentadas por la voluntad soberana de los refugiados, su discernimiento político y capacidad de organización que dieron lugar a un hecho con pocos o ningún precedente en la historia: retornar al país de origen en plena guerra y en el caso particular de Santa Marta y otras comunidades salvadoreñas, no sólo eso, sino asentarse en el propio territorio que se habían visto forzados a abandonar a causa de la represión más cruda. Pero hubo antecedentes que favorecieron y maduraron la idea. Revisemos, pues, el contexto.

En mayo de 1986, tuvo lugar una reunión en Esquipulas, Guatemala que se conoce en la historia como Esquipulas I, a la que asistieron cinco presidentes de Centroamérica. La reunión sirvió de base para consolidar la decisión política de los gobernantes y establecer luego, con Esquipulas II en 1987, el procedimiento para conseguir la paz en la región.

Durante 1986 y 1987, fue establecido el "Proceso de Esquipulas", promovido por el Presidente Vinicio Cerezo de Guatemala. En él, los jefes de estado de Centroamérica acordaron una cooperación económica y una estructura básica para la resolución pacífica de los conflictos. De ahí emergió el "Acuerdo de Esquipulas II" y fue firmado en la Ciudad de Guatemala por el Presidente de dicho país, Vinicio Cerezo; por el Presidente de El Salvador, José Napoleón Duarte; por el Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega; por el Presidente de Honduras, José Azcona Hoyo y por el Presidente de Costa Rica, Óscar Arias Sánchez, el 7 de agosto de 1987.

Los acuerdos de Esquipulas II, en 1987, firmados por los jefes de estado de Centroamérica y donde acordaron una cooperación económica y una estructura básica para la resolución pacífica de los conflictos, constituyen un antecedente importante. Quedaba establecido que el ejército estaba obligado a respetar a la población en zona de guerra.

De hecho, hubo dos antecedentes de reubicación interna, una en el departamento de Chalatenango donde se había producido la repoblación de San José Las Flores, el 20 de junio de 1986 y la otra en San Antonio el Barrillo, Suchitoto. Allí, numerosas familias de San Salvador se asentaron el 15 de julio de 1986. Fueron rodeados por el ejército, pero cuando capturaban a alguien, la gente se movilizaba y se veían forzados a soltarlo. Fue un hecho que demostró a los escépticos que el regreso era posible y estratégico. Todos estos sucesos abren un nuevo escenario político que favorece las repatriaciones.

Además de estas condiciones externas, es preciso recordar que al interior de los refugios y durante todos los años que se mantuvieron estos, el ejército hondureño no cesó en su asedio: realizaba patrullajes constantes, cateos y represión, así como actividades de entrenamiento en la periferia del territorio delimitado, como maniobras de terror.

En el caso de las comunidades del norte de El Salvador: Chalatenango, San Miguel, Morazán, Cuscatlán, Cabañas, nunca llegó a producirse una total desconexión geográfica de la tierra de origen. Estos factores han sido antes explicados. Y lo que es más importante: el sentimiento de lucha y resistencia jamás los abandonó. Sus hijos e hijas, primos, tíos, abuelos, hermanos, amigos estaban en el frente de guerra. Estos elementos de pensar y sentir interno, también los empujaban a su patria: El Salvador.

Pero no fue únicamente la configuración de factores externos e internos al campo de refugiados lo que abrió las puertas para iniciar un proceso de negociación con el ACNUR que permitiera realizar de manera organizada y coordinada, junto a los gobiernos de El Salvador y Honduras el primer retorno el 10 de octubre de 1987.

Saúl Rivas precisa: “Regresar a la gente a sus lugares de origen era una estrategia de algunas fuerzas frentistas ante la política de despoblación promovida por el gobierno y las Fuerzas Armadas. Pero no todos dentro del FMLN apoyaban la idea. Fue necesario convencerlos de que repatriarlos era un fuerte golpe al ejército. La estrategia siempre contempló la idea de no convertir a la población en un objetivo militar y por eso, más tarde, hubo acciones de cerrada defensa a las zonas repobladas. Pero sin la voluntad de la gente, sin su deseo y apego por la tierra, nada hubiera sido posible.” (Tomado de entrevista concedida a la autora en ADES. Septiembre 28/2016)

Aunque era muy fuerte el deseo de la gente de Santa Marta de volver a su comunidad de origen y volver a controlar el territorio, tuvieron el discernimiento político necesario para comprender que hacerlo de manera aislada no era la opción más segura. Quienes lo intentaron tuvieron que regresarse a causa de la represión. Por tanto, el proceso de regresar a El Salvador de forma segura, fue una demostración más de capacidad organizativa. Las fuerzas frentistas predominantes en Cabañas, después de analizar el alcance político que implicaba acompañar a la población refugiada hacia la patria, se acercaron a líderes comunitarios como Carlos Bonilla en el caso de Santa Marta y juntos, maduraron la idea.

Entonces tendrían que enfrentarse a otros obstáculos. Las organizaciones internacionales humanitarias que, de hecho, habían estado acompañando a los refugiados, no eran precisamente fuerzas revolucionarias ni mucho menos. Por eso no es de extrañar la postura que adoptaron ante la decisión de la gente de regresarse a su patria. Llegaron a aplicar tácticas de coacción como fue limitar las raciones de comida y el enfrentamiento a la dirección del ACNUR no se hizo esperar. El pueblo hizo ayunos para exigir el derecho a la alimentación. Sabían que la intención era doblegarlos y de este modo se hacían cómplices de la estrategia norteamericana consistente en evitar que los refugiados tuvieran vínculos con el movimiento político militar. No lo consiguieron porque había una organización viva que reflexionaba a diario sobre su condición y planteaba luchas, movilizaba y exigía su derecho de volver a la patria, a sus comunidades.

En diciembre de 1986, la señora Leila Lima, encargada por el ACNUR de los refugios, junto con representantes del Ministerio de Relaciones Exteriores se reúnen con los exiliados para ofrecerles tres caminos: uno era nacionalizarse en Honduras. El segundo ir a un tercer país con capacidad para recibirlos. Se les ofreció Canadá, los Estados Unidos, Australia, entre otros. El tercer camino era la repatriación familiar para el lugar donde el gobierno decidiera y de forma individual. Ninguna de estas opciones se correspondía con la idea del liderazgo comunitario ni con el deseo de la gente. Lo que en realidad se quería era volver a la patria, pero en comunidad.

Carlos Bonilla refiere: “El 8 de octubre estuvimos reunidos con la viceministra de Relaciones Exteriores. Fue una reunión que duró desde las dos de la tarde hasta las dos de la madrugada. Varios de Santa Marta estábamos en la directiva del Comité de Repobladores de Cabañas, Cuscatlán y Chalatenango. La viceministra argumentaba que nosotros estábamos manipulando a la población y nos pidió una asamblea con los 4 500 refugiados que estaban dispuestos a regresar. Imagínese, a esa hora; pero como existía la organización, enseguida activamos a los coordinadores de cada diez casas y ya a las seis de la mañana del día 9 de octubre, no solo se presentaron los 4 500, sino que llegaron 8 mil personas a la asamblea. Nadie necesitó de consignas, todos gritaban: “Mañana nos vamos, mañana nos vamos”. La viceministra pudo ver muy claro que allí no había manipulación ni mucho menos. Lo que había era un deseo muy grande de regresar. Ella dio muy poco tiempo para debatir, en realidad su postura era la del gobierno que no quería que nos repatriáramos en comunidad, en esa época Duarte era el presidente. Dijo que a las 7 de la tarde recibiríamos la respuesta del gobierno. La recibimos a través del ACNUR a los que ya le habíamos pedido que nos consiguieran los vehículos o nos íbamos a pie. Era una decisión muy firme, estábamos dispuestos a venir a lo que fuera, tocara lo que tocara. En realidad, no salimos los 4 500, sino 4 mil. Hubo gente que desistió porque la verdad es que volver a un territorio en guerra es una decisión muy fuerte. Luego se regresaron en los otros retornos. Para Cabañas salimos 1 008 personas en ese primer retorno.” (Tomado de entrevista a profundidad concedida a la autora en Santa Marta. Septiembre 21/2016)

Es preciso decir que al interior de los propios campamentos se dieron resistencias a la repatriación. Algunos sintieron miedo. Para Santa Marta fue importante en esos momentos todo su acumulado de lucha y resistencia. Al final la gran mayoría de los refugiados se organizó para regresar. La idea se aprobó de forma democrática en la Asamblea General. En ocasión del llamado “Primer Retorno”, el ACNUR no quería acompañar a la gente; pero se encontraron con la sólida determinación de regresarse a pie si era necesario.

Finalmente, el ACNUR se encargó de obtener el permiso del gobierno de Honduras y los salvoconductos con las autoridades de El Salvador. Todos los cuerpos diplomáticos fueron puestos sobre aviso. Se crearon organizaciones de respaldo para ir al encuentro de la gente.

La travesía estuvo llena de contratiempos. Por ser la primera experiencia no hubo una preparación adecuada para el viaje. El avituallamiento resultó poco y escaseaba la comida. Al salir del refugio, en cada kilómetro había retenes del ejército hondureño. Al llegar a la frontera, ya en suelo salvadoreño, fueron registrados minuciosamente en busca de armas. Las iglesias y organizaciones humanitarias que los habían acompañado en los años del exilio, querían recibirlos en la Plaza Cívica de San Salvador; pero no fue posible. El ejército no les permitió entrar a la capital y los desvió hacia Ilopango. Al amanecer del 11 de octubre entraron a Ilobasco. Los acompañaba el ACNUR y muchos internacionales amigos. Al llegar a Sensuntepeque, capital del departamento de Cabañas, sufrieron otra detención y a las 12 del mediodía, en Victoria, el ejército se dirigió a los repatriados para pedirles que se convirtieran en sus colaboradores en la zona. Un silencio absoluto fue la respuesta. Un silencio más elocuente que cualquier discurso porque no era ni siquiera necesario contestar a una propuesta que era un insulto a tanto sufrimiento, a la sangre derramada, a la determinación de apoyar al FMLN.

Finalmente, los vehículos que los conducían tuvieron que detenerse en la zona conocida como el desvío de San Antonio porque la ausencia de un camino transitable les impidió continuar. Extenuados, hambrientos, desgastados psicológicamente por tantas horas de tensión y de zozobra, los habitantes de Santa Marta, con sus escasas pertenencias a cuestas, echaron a andar hacia su destino final: la comunidad. Habían salido de Mesa Grande el 10 de octubre a las 4 de la madrugada y llegaban a su tierra el 11 a las 4 de la tarde.

Fue, como se ha dicho, una acción organizada, colectiva, y sin precedentes; fue el primero de una serie de retornos masivos de los campamentos de Mesa Grande, Colomoncagua, y San Antonio, que en su totalidad tuvieron un gran impacto por ser capaces de forjar un espacio legal para la población civil dentro de un país azotado por el conflicto armado. 

 

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